¿Qué es el arte cuando se olvida al observador?
Vivimos en una época donde muchas veces el arte se encierra entre paredes blancas, se explica en palabras vacías y se vende como producto intelectual sin alma. Se premia la idea sin esfuerzo, el discurso sin calle, lo abstracto sin humanidad. A eso, muchos lo llaman arte.
Yo no, yo vengo de otra escuela, la de los muros calientes por el sol, la de los aerosoles que no perdonan errores, la del boceto hecho en libreta mientras el barrio mira vengo del asfalto, de las esquinas, de las historias que nadie contó en los museos.
Este manifiesto contra el arte es mi grito, mi pincel hecho palabra. Es una declaración contra el “hamparte” —ese arte sin alma que se disfraza de profundidad— y a favor de un arte con sentido, con tierra en los zapatos, con voz propia.
Manifiesto contra el ARTE sin ALMA
El muro no es un lienzo vacío, es un libro abierto
Cada pared que pinto ya tiene una historia. Una grieta que cuenta un derrumbe. Una sombra que recuerda una esquina peligrosa. Un color viejo que habla de los años. No pinto sobre blanco: pinto sobre memoria. Mis murales no cubren, revelan. Le dan voz al concreto que el tiempo quiso silenciar.
El aerosol es mi pincel, pero también mi megáfono
No uso aerosol por moda, lo uso porque es directo, crudo, instantáneo. Porque no necesita traducción. El aerosol no miente: donde cae, queda. Es una extensión de mi pulso. Cada línea es decisión. Cada trazo, una declaración. No hay botón de deshacer, y por eso, hay verdad.
Mi arte no necesita permiso, ni aplauso
No pinto para ser entendido por críticos ni curadores. Pinto para que una señora del barrio sonría al ver su historia en un mural. Pinto para el chamo que se detiene y me pregunta cómo se hace un degradado. Pinto para que el pueblo vea que su rostro, su cultura, su pan, su historia… sí importan. No necesito que me expliquen, ni me validen. Mi arte se defiende solo.
El esfuerzo no se delega: se suda
Mi obra no nace en escritorio ni en renders. Nace en escalera, en andamio, en boceto corregido veinte veces. El arte que respeto no es el que se justifica con discursos, sino el que se respalda con callos en las manos. Aprendí anatomía pintando cuerpos a escala real. Aprendí color mezclando bajo el sol. Cada mural es una prueba física, mental y emocional. Y eso se nota.
No estoy aquí para agradar, estoy aquí para decir
No todos mis murales son “bonitos”. Algunos son incómodos. Otros, oscuros. Muchos, crudos. Pero todos tienen algo que decir. El arte no siempre es ornamento. A veces es espejo. Y si ese espejo molesta, mejor. Eso significa que está funcionando.
El arte no es mío: es de quien lo vive
No creo en el artista que se encierra a crear desde la torre de marfil. Yo bajo, hablo, escucho, observo. Pinto en escuelas, plazas, avenidas. Pinto con gente alrededor, con preguntas, con risas, con interrupciones. A veces me ayudan. A veces me critican. Y eso me alimenta. Porque el arte urbano no es monólogo: es diálogo.
Contra el hamparte: arte con alma, técnica y territorio
No temo decirlo: hay obras que son solo humo. Que se venden con discurso vacío. Que se premian por estar “a la moda”. No me interesa ese camino. Mi arte tiene cuerpo, tiene peso, tiene trabajo. Está anclado en la tierra, en la comunidad, en la técnica. Tiene raíz. Y eso, aunque no siempre se entienda, es lo que le da valor.
No pinto para complacer, pinto para dejar huella
Este manifiesto contra el arte sin alma no es una queja. Es una promesa. Prometo seguir pintando desde la calle, con verdad, con técnica y con respeto. Prometo no dejar que el arte se convierta en una excusa sin sustancia. Prometo que cada mural que firme como Aswed será una pieza viva, real, nuestra.
Si llegaste hasta aquí, ya formas parte de esta obra. Gracias por mirar con los ojos abiertos y el corazón despierto.
— Aswed
”¿Qué opinas sobre el estado del arte urbano? Deja tu comentario y comparte este manifiesto si sientes que el arte debe conectar con la calle y la comunidad.”